Resumen de Daniel Sebastián Tinajero
Educarse mediante fotografías no es lo mismo que educarse mediante imágenes más antiguas, más artesanales. Coleccionar fotografías es coleccionar el mundo. Las fotografías son en efecto experiencia capturada y la cámara es el arma ideal de la conciencia en su talante codicioso. Fotografiar es apropiarse de lo fotografiado. Significa establecer con el mundo una relación determinada que parece conocimiento. Las fotografías procuran pruebas. Algo que sabemos de oídas pero de lo cual dudamos, parece demostrado cuando nos muestran una fotografía. A partir del uso que les dio la policía en París en la sanguinaria redada de los communards en Junio de 1871, los Estados modernos emplearon las fotografías como un instrumento útil para la vigilancia y control de poblaciones cada vez más inquietas. Una fotografía pasa por prueba incontrovertible de que sucedió algo determinado. La imagen quizás distorsiona, pero siempre queda la suposición de que existe, o existió algo semejante a lo que está en la imagen. Con las Polaroid, las fotografías son un medio práctico y rápido de tomar apuntes.
Susan Sontag (1933-2004) |
La conmemoración de los logros de los individuos en tanto miembros de la familia es el primer uso popular de la fotografía. Casi todos los hogares tienen cámara, pero las probabilidades de que haya una cámara en un hogar con niños es el doble. No fotografiar a los propios hijos, sobre todo cuando son pequeños, es una señal de indiferencia de los padres, así como no posar para la foto de graduación del bachillerato es un gesto de rebelión adolescente. Poco importa cuáles actividades se fotografían siempre que las fotos se hagan y aprecien.
También ayudan a tomar posesión de un espacio donde la gente está insegura. La fotografía se desarrolló en conjunción con una de las actividades modernas más características: el turismo. Parece decididamente anormal viajar por placer sin llevar una cámara. Las fotografías son la prueba irrecusable de que alguien hizo la excursión. Las fotografías documentan secuencias de consumo realizadas en ausencia de la familia, los amigos, vecinos.
El acto fotográfico, un modo de certificar la experiencia, es también un modo de rechazarla. El viaje se transforma en una estrategia para acumular fotos. El empleo de una cámara atenúa su ansiedad provocada por la inactividad laboral cuando están en vacaciones y presuntamente divirtiéndose. La fotografía se ha transformado en uno de los medios principales para experimentar algo, para dar una apariencia de participación. La omnipresencia de las cámaras insinúa de modo persuasivo que el tiempo consiste en acontecimientos interesantes, dignos de fotografiarse. Una vez terminado el acontecimiento, la fotografía aún existirá, confiriéndole una especie de inmortalidad de la que jamás habría gozado de otra manera. Hacer una fotografía es tener interés en las cosas tal como están.
La cámara no viola, ni siquiera posee, aunque pueda atreverse, entrometerse, invadir, distorsionar, explotar. La cámara, como el automóvil, se vende como un arma depredadora, un arma tan automática cómo es posible, lista para saltar. Como las armas y los automóviles, las cámaras son máquinas que cifran fantasías y crean adicción. Sin embargo, pese a las extravagancias de la lengua cotidiana y la publicidad, no son letales. La cámara/arma no mata, así que la ominosa metáfora parece un mero alarde, como la fantasía masculina de tener un fusil, cuchillo o herramienta entre las piernas. Fotografiar personas es violarlas, pues se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como nunca pueden conocerse; transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente.
Quizás con el tiempo la gente aprenda a descargar más agresiones con cámaras y menos con armas, y el precio será un mundo aún más atragantado de imágenes. Cuando sentimos miedo, disparamos. Pero cuando sentimos nostalgia, hacemos fotos. La fotografía es un arte elegíaco, un arte crepuscular. Algo feo o grotesco puede ser conmovedor porque la atención del fotógrafo lo ha dignificado. Algo bello puede ser objeto de sentimientos tristes porque ha envejecido o decaído o ya no existe. Hacer fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa. Precisamente porque seccionan un momento y lo congelan, todas las fotografías atestiguan la despiadada disolución del tiempo. Como los parientes y amigos muertos conservados en el álbum familiar, barrios hoy demolidos, de zonas rurales desfiguradas y estériles, nos procuran una relación de bolsillo con el pasado.
Una fotografía es a la vez un signo de ausencia, incita a la ensoñación. La foto del amante escondida en la billetera de una mujer casada, las instantáneas de los hijos del taxista en la visera; son tentativas de alcanzar o apropiarse de otra realidad. Las fotografías pueden ser más memorables que las imágenes móviles, pues son fracciones de tiempo nítidas, que no fluyen. Cada fotografía fija es un momento privilegiado convertido en un objeto delegado que se puede guardar y volver a mirar. Aunque un acontecimiento ha llegado a significar, precisamente, algo digno de fotografiarse, aún es la ideología lo que determina qué constituye un acontecimiento. Las fotografías causan impacto en tanto que muestran algo novedoso.
Sufrir es una cosa; otra es convivir con las imágenes fotográficas del sufrimiento. Las imágenes pasman. Las imágenes anestesian. Un acontecimiento conocido mediante fotografías sin duda adquiere más realidad que si jamás se hubieran visto. En estas últimas décadas, la fotografía ha contribuido a adormecer la conciencia tanto como a despertarla.
Las fotografías fueron puestas al servicio de importantes instituciones de control, sobre todo la familia y la policía, como objetos simbólicos e informativos. Las fotografías se valoran porque suministran información. La fotografía no es sólo una porción de tiempo, sino de espacio. En un mundo gobernado por imágenes fotográficas, todas las fronteras parecen arbitrarias. Todo puede volverse discontinuo, todo puede separarse de lo demás: sólo basta encuadrar el tema de otra manera. La cámara atomiza, controla y opaca la realidad.
La fotografía implica que sabemos algo del mundo si lo aceptamos tal como la cámara lo registra. El conocimiento obtenido mediante fotografías fijas siempre consistirá en una suerte de sentimentalismo, sea cínico o humanista. Un simulacro de conocimiento, un simulacro de sabiduría, como el acto de fotografiar es un simulacro de posesión, un simulacro de violación. La fotografía nos persuade de que el mundo está más disponible de lo que está en realidad. La necesidad de confirmar la realidad y dilatar la experiencia mediante fotografías es un consumismo estético al que hoy todos son adictos. En lo fundamental, tener una experiencia se transforma en algo idéntico a fotografiarla. Mallarmé, afirmó que en el mundo todo existe para culminar en un libro. Hoy todo existe para culminar en una fotografía.